jueves, 21 de julio de 2022

La Ronde Aliénor d’Aquitaine. Si algo se desea de verdad, se consigue. Una brevet dura y espectacular.

             Tras la retirada en La Asturica Augusta había que buscar un objetivo para el 2022. Estudiando los calendarios vimos que los Randonneurs Autonomes Aquitains organizaban este año la 3ª edición de La Ronde Aliénor d’Aquitaine, una prueba de 1.200 kms., con un recorrido exigente e interesante.

 

Así que nos pusimos en marcha. La Ronde inicialmente daba miedo por tener que subir el Soulor y luego el Aubisque con más de 600 kms en las piernas. Pero bueno, no hay nada que con tesón no se pueda conseguir.

 

Comenzamos la preparación apuntándonos, con los Randonneurs Autonomes Aquitaines a realizar el Dodecaudax: se trata de hacer al menos un recorrido de más de 200 kms al mes durante 12 meses seguidos. Yo comienzo mi Dodecaudax en el mes de enero. Quizás enero y febrero son los meses más complicados para realizar estas distancias, ya que la climatología no suele ayudar demasiado. Pero bueno, tampoco fue imposible.

 

El 13 de marzo nos fuimos a Anglet para hacer el primer brevet 200, que nos fue bien. Allí tuvimos la ocasión de coincidir con Hervé y René. La siguiente brevet, el 27 de marzo, fue en Cambrils, nuevamente un 200. La Penya Ciclista Cambrils ha comenzado este año a organizar brevets. Así que ir allí es una forma de apoyar a los nuevos clubes que entran en este mundo. Aprovechamos a pasar el fin de semana allí toda la familia, ya que mi hermano Santiago también se animó a hacerla.

 

La siguiente parada fue la Flèche Velocio. Jean Louis (Cyclo Barge) me permitió formar parte de uno de los equipos de los Randonneurs Autonomes Aquitaines (concretamente del suyo) para realizar esta prueba. El 15 de abril salimos de Montauban y pedaleamos 400 kms en 24 horas para llegar a Avignon. La verdad es que esta prueba es diferente, ya que te lo tomas con mucha tranquilidad y pasas todo un día entero con un grupo de personas, compartiendo vivencias, experiencias y anécdotas. Y se crean lazos que luego permanecen. 

 

La siguiente etapa fue el 400 de Anglet, el 14 de mayo. Allí me volvería a encontrar con Hervé, René, Laurent y Régis. Puesto que la salida era a las 15:00 horas, decidí ir hasta Anglet en bici (total, sólo son 125 kms más). 

 

Cumplido con el 400, la última etapa previa a la preparación era la brevet 600. Y qué mejor sitio para hacerla que en Bordeaux, con los Randonneurs Autonomes Aquitains. El recorrido propuesto compartía los primeros 425 kms de La Ronde Aliénor d’Aquitaine. Se trataba de hacer los 600 kilómetros sin parar a dormir, cosa que hicimos sin mayor problema.

 

Y tras la 600 en menos de un mes, el 11 de junio, nos plantamos en La Ronde Aliénor d’Aquitaine. El jueves 30 de junio recogíamos en Albisu la autocaravana: nuevamente una Sunlight A70, con la que íbamos a ir a Saint Médard en Jalles y Marián y Rubén me iban a hacer de vehículo de asistencia. Antes de salir tuvimos que recoger la bici de Rubén, que estaba en el taller para cambiar los platos. ¡Qué nervios!, pues en Sarribikes aún no la había hecho, pero esperamos un poco y nos pudimos llevar la bici.

 

Para las 14:00 ya teníamos la autocaravana cargada (comenzamos a ser profesionales) y nos dirigimos hacia Zubiri y Erro. La primera parada fue en Mezkiriz, para comer una ensalada de pasta y una tortilla de patatas. Bajando Ibañeta se nos encendió el chivato del adblue. Llamamos a Albisu y paramos en Valcarlos a repostar ese líquido. Y ya no nos ha vuelto a dar guerra con ese tema. El plan inicial era dormir por el camino, pero Jean Louis me llamó para ir a tomar el apéritif en su casa y cambiamos los planes y fuimos en derecho hasta Bordeaux. Llegamos a casa de Jean Louis un poco pasados de hora, pero tanto él como su mujer nos recibieron de forma encantadora. El aperitivo se convirtió en cena. Durante la cena compartimos experiencias en bici, anécdotas y consejos para La Ronde que iba a empezar en pocos días. 

 

Sobre medianoche salíamos de casa de Jean Louis y aparcamos a un kilómetro para dormir. El sitio era tranquilo, hasta que todos los habitantes del lotissement salieron para ir a trabajar. El ruido de los coches nos despertó y comenzamos a ponernos en marcha. 

 

Tras las duchas de rigor, nos fuimos a Le Haillan donde dejamos la autocaravana para coger el tranvía y pasar el día en Bordeaux. La Catedral Saint Jean no tiene el nombre de otras de Francia, pero tiene un precioso gótico que merece la pena ser visitado. Su característica más peculiar es que tiene el campanario exento y prácticamente carece de una portada al estilo del gótico francés.

 

La Rue Sainte Catherine está siempre llena de gente: da igual si vas un 1 de julio o un 22 de diciembre. Siguiendo con el ritual, la recorrimos de arriba a abajo. Después de patear Bordeaux y desgastar sus calles, fuimos a La Garonne para dar cuenta del picnic que llevamos de casa, al que habíamos añadido unos canelets y unos macarons comprados en la Rue Sainte Catherine. Después de comer volvimos por la Catedral Saint Jean y cogimos el tranvía para volver a la autocaravana (que habíamos dejado aparcada en Le Haillan). Después de todo un día pateando Bordeaux nos habíamos ganado una buena cerveza en el Effect Papillon. Y ya sólo nos quedaba un último trayecto hasta Saint Médard en Jalles. Pero, claro, con lo que no contábamos es que esta localidad también quiere tener tranvía, por lo que nos encontramos con las obras para su construcción y, lógicamente, con los desvíos correspondientes para enfado del chino que vive dentro del GPS: no es que no quisiéramos seguir sus indicaciones, sino que nos era imposible. Así que seguimos buscando un sitio por donde llegar mientras oíamos al GPS decir “gire cuando sea posible”. Afortunadamente también sabemos viajar sin aparatejos de ésos, así que conseguimos llegar (no sin esfuerzo) a la sala de Saint Médard en Jalles. 

 

Como aún teníamos tiempo para hacer la cena, aprovechamos a cambiar las cubiertas de la Pinarello (que estaban para pocos kilómetros) y preparar también la Roubaix de Rubén para poder hacer los últimos kilómetros conmigo. Con el trabajo realizado, probamos las bicis rodando un poco por las calles adyacentes a donde estábamos acampados. 

 

Tras la cena, nos fuimos a dormir. El 2 de julio, sábado, había mercado en Saint Médard. Así que aprovechamos para hacer compras, de queso, carne y melón. También compramos tres raciones de paella (francesa, por supuesto), para comer a mediodía. Después de comer empezaron a llegar los socios de los Randonneurs Autonomes Aquitains para comenzar a preparar la salida de La Ronde. Aprovechamos para saludar a todos y hablar con unos y con otros. Metimos la autocaravana dentro del recinto y les dijimos que teníamos que hacer “la vidange” y que pensábamos ir a Cestas. Jean Louis nos dijo que no se nos ocurriera, pues la autopista de Bayonne estaba atascada en ambos sentidos. Si íbamos para allí, con suerte, llegaríamos de vuelta para la salida de la brevet. Entre todos ideamos una solución: el poty lo vaciaríamos en un baño del polideportivo, las aguas grises las podíamos vaciar en la rejilla del auto lavado del Carrefour que estaba a 2 kms de la sala y aguas limpias podíamos cargar desde la cocina de la sala. Así que lo hicimos de esta manera. Nos fuimos a echar gasolina al Carrefour y después, echamos las aguas grises en la rejilla del lavadero. El poty vaciamos en el baño de la sala y desde la cocina conseguimos enchufar la manguera a un grifo para llenar el depósito de limpias (gracias a la habilidad de Rubén).

 

Ya estábamos instalados en el entorno de la sala, a la sombra de los árboles allí existentes.

 

El domingo 3 de julio se preveía intenso: había que pasar la revisión de las máquinas y recoger el dossier de inscripción. La revisión no tuvo problemas, salvo que no era capaz de encender la luz Bontrager sin el Garmin. Pero como llevaba otras luces… pues todo fue bien. La recogida del dossier no tuvo más problema que la talla del maillot (al final me llevé una L a pesar de haber pedido XL). Y ya el resto del día se pasó hablando con unos y con otros, con conocidos y con nuevos. Apareció con su coche un alemán, Stephan, que montó una tienda “larva” para pasar la noche. Ese mismo domingo se preparó y se fue a rodar un rato con su bici. Al ir a la plaza del pueblo para echar una cerveza (con la excusa de dar un paseo), nos lo encontramos en el bar y estuvimos hablando con él. Stephan elogió el nivel de inglés que tenía Rubén, porque, claro, con él nos teníamos que entender en inglés, ya que francés él no hablaba y nosotros de alemán… pues ni palabra.

 

En la cena ya se respiraban los nervios al ser la víspera de una jornada importante (o jornadas, porque la ruta iba a durar más de un día).

 

La mañana del lunes 4 de julio amaneció muy pronto, demasiado pronto. Para las 3:45 nos levantamos para realizar los últimos preparativos, desayunar y tomar la salida. A las 4:45 estábamos todos congregados en la salida comentando el plan que tenía cada uno. Y a las 5:00, con perfecta puntualidad, salimos la primera oleada de 20 ciclistas. En mi grupo estaba un bólido y una reclinada. Ya sé cómo se las gastan estas bicis en el llano y cómo suben los repechos. En el carril bici donde Bordeaux-Lac me pasó el bólido metiéndomelo cómo si fuera la Fórmula Uno. Comencé a visionar que subir le Pont d’Aquitaine detrás del bólido iba a significar perder la rueda de los de cabeza. Así que antes de llegar al puente, le volví a adelantar. Afortunadamente subimos un grupillo a buen ritmo. Pero claro, no todo es de color rosa: en la bajada me descuelgo del grupo (estaba mojado, de noche y me daba respeto). Así que llego abajo solo: los de delante ya se habían ido y a los de detrás el bólido les había hecho tapón. Pues allí me quedé, rodando solo. Tampoco pasa nada: eso significa que iré a mi ritmo. A pesar de todo, alcancé a un ciclista belga y poco a poco fuimos avanzando hasta alcanzar a un grupo de delante, en el que rodaba un francés, Christian, cuyo padre era de Sevilla y la madre de Beire. 

 

Y en este grupo (de unos seis) fuimos rodando hasta Montpon (pk 90) donde Patrick nos puso el primer sello. Salimos todos juntos y seguimos hasta Vaunac, donde volveríamos a sellar (pk 168). Todos estos kilómetros pasaron a buen ritmo y con buenas sensaciones. Sin embargo, a pesar de que hacía menos calor que en la 600, lo cierto es que mis manos debían estar sudando más o se movían más dentro de los guantes. A partir de Vaunac, sin darme yo cuenta, se me estaban formando ampollas en las dos manos. Esas ampollas hacían que fuera cambiando el agarre en el manillar (sin ser consciente de ello) y, finalmente, cambiando la postura en la bici.

 

El camino hacia el tercer control (Chartrier-Ferrière, pk 245) es ya bastante rizado, con repechos de dos cifras en los que se agradece el piñón de 32 dientes que había puesto antes de la 600. Pero las ampollas y el cambio de postura van haciendo su trabajo y comienzo a sentir molestias en la parte trasera de la rodilla izquierda. Empiezo a temerme lo peor y a repetir la historia de Astorga, pero mi voluntad es férrea y sigo avanzando, aunque, eso sí, prestando atención a lo que me diga el cuerpo. Poco a poco voy avanzando y llego a la subida a Chartrier-Ferrière y mi sorpresa es que además de las molestias en la rodilla izquierda, tengo un amago de calambre en el abductor derecho, y comienzan a recogerse algunos tendones de la mano. Empiezan a sonarme todas las alarmas. Me veo obligado a pararme a un kilómetro del control a relajar toda la musculatura.

 

Consigo llegar al control y vuelvo a encontrarme con Patrick. Allí también veo a Hervé, pero no le propongo seguir juntos porque no veo cómo voy a ser capaz de continuar. En el control me tomo una Coca Cola, un canelé, un arroz con leche y me bebo una botella de agua. ¿Tendría algún punto de deshidratación? Es muy posible. A partir de ahí comienzo a rodar suave, forzándome a comer y beber, poniéndome únicamente como objetivo el llegar a Monpazier (pk 336).

 

Poco a poco sigo avanzando aunque en un momento me veo obligado a parar en un parking para tumbarme y tratar de estirarme. Antes de llegar al control, en una subida, un francés me dice que no debo forzar subiendo, porque estoy pedaleando “de travers” y corro el riesgo de lesionar la rodilla. Entonces comienzo a ser consciente de que voy pedaleando totalmente torcido y de que el brazo izquierdo comienza a no sujetarme sobre el manillar. Mal que bien consigo llegar a Monpazier donde decido aprovechar el adelanto que llevaba para utilizarlo en comer un buen plato de pasta y descansar, ya que el terreno que queda hasta Agen no es nada fácil.

 

En Monpazier pongo el correspondiente sello y me voy a la autocaravana a tratar de recuperar el maltrecho cuerpo. Aún no entiendo por qué estaba en esa situación, pues el ritmo que había llevado no era alto. La única explicación existente está en las ampollas: al cambiar el apoyo de las manos, acabé torciendo todo el cuerpo. 

 

Pero hay que seguir y llegar, por lo menos, al control donde habíamos previsto dormir: Agen. Salgo ya en modo nocturno, con las luces y chaleco y voy haciendo los kilómetros que me separan de Agen (pk 410). Trato de enderezar el cuerpo y de agarrar correctamente el manillar (desde que me quité los guantes, las manos no habían ido a peor). Veo que consigo pedalear más recto si agarro el manillar en la cruceta, por lo que todas las subidas las hago así. En las bajadas me veo obligado a agarrar los escaladores (abajo no puedo agarrarme) y veo que sigo torciendo el cuerpo y que el brazo izquierdo cada vez tiene menos fuerza. En Villeneuve sur Lot tengo la esperanza de encontrar abierto el bar que tan bien nos acogió en la 600. Pero, claro, estamos pasando un lunes y no es normal que a medianoche haya nada abierto en Francia. Sin embargo, a la salida del pueblo encuentro un restaurante turco abierto, que me da una cocacola. Aprovecho a bebérmela y comer algo sentado en la acera. Esta pequeña parada me da energía y retomo con mejores ánimos los últimos 25 kms que me separan del control.

 

La llegada a Agen fue penosa. Había alcanzado a una grupetta y fui rodando con ella hasta la entrada de esta localidad. Pero nos encontramos con carteles amarillos con el aviso “Route barré”. Es igual, una bici pasa por cualquier lado, así que sigo para abajo. Al llegar a la entrada de Agen, encontramos a todas las máquinas asfaltando. Afortunadamente había un paso por la acera. Como mi brazo no estaba nada bien para controlar la bici, acabé pasando andando o “haciendo el patinete”. Afortunadamente no eran muchos metros y llegamos a una rotonda a partir de la cual ya estaba abierto al tráfico. Tras un pequeño callejeo, llegamos al control, donde sello y voy en derecho a la autocaravana.

 

Tras ducharme, comprobamos que tenía el brazo izquierdo totalmente inflamado. Mi situación no era nada esperanzadora, pero hay que intentarlo todo antes de abandonar. Así que me tomo un vaso de leche con galletas y nos vamos a la cama. En lugar de salir a las 5, decidimos salir a las 6, descansando una hora más y, además, dejamos que salga el sol. Esa hora de más de descanso pudo ser decisiva, pues el cuerpo recuperó.

 

Tras unas horas de sueño (pocas) muy revuelto, me levanto y comienzo a pedalear a las 6 de la mañana, ya con las primeras luces del día. Le digo a Marián que recuerdo que había un repecho a la salida de Agen, por lo que aprovecharía para probar el estado de la pierna. Si veía que no podía subirlo, me tendría de vuelta en media hora. Si no aparecía, nos veríamos en Soumoulou.

 

Y ese primer repecho llegó… y conseguí subirlo aceptablemente, a pesar de las molestias en la pierna izquierda. Así que sigo para adelante, siempre para adelante. Ahora ya en mi cabeza está llegar a Nérac (sé que el terreno es complicado porque ya había pasado en el BRM 600) y, después, al control de Le Houga (pk 504). A Nérac llego rodando cada vez mejor. La salida de Nérac nos recibe con un repecho con dos cifras. Me anima ver que soy capaz de subir. Ya he visto en el perfil que el terreno hasta Le Houga es duro, sigue siendo el Lot et Garonne. Poco a poco voy avanzando y acercándome al kilómetro 500. En un pueblo paro para llamarle a Marián (suponiendo que están desayunando) para decirle que estoy mucho mejor y que sigo ruta. Por fin llego a Le Houga, pero como siempre el control está colocado en lo más alto del pueblo. Así que subo hasta allá. Sello mi carnet de ruta y como algo. Sé que el terreno ahora es menos duro. 

 

Reemprendo la marcha con nuevos ánimos: voy quemando etapas y mi pierna y mi brazo han mejorado ostensiblemente. Aparentemente ya no tengo inflamado el brazo. Aunque el terreno es más fácil el problema es la inexistencia de pueblos o lo desparramados y pequeños que son. Claro, volvemos a estar en las Landas, aunque en este caso en el lado más al Este. 

 

Me voy poniendo mentalmente objetivos de 10 kilómetros que voy cumpliendo poco a poco. En uno de los pueblos que paso encuentro un bar y aprovecho para rellenar los bidones y tomarme una cocacola. Un parroquiano pretende hacerse el gracioso diciéndome que si abuso de eso acabaré hinchado y no podré pedalear. Le respondo una fresca y agacha las orejas y me dice “je vous quitte”.

 

Cada vez voy más animado, pues Soumoulou está más cerca. Y cuando me quedan 2 kilómetros, me encuentro una bajada que me lleva directamente al pueblo. Bueno, de vez en cuando un regalo no viene nada mal. Allí sello y me voy a comer a la autocaravana. Luego me arrepentí de no haber probado la famosa garbure de la zona.

 

Se ven los Pirineos, aunque envueltos en nubes. La incertidumbre es si nos mojaremos o no para subir Soulor y Aubisque. En previsión de lo que pudiera pasar, cojo luces y chubasquero y reemprendo la marcha para llegar al pie del Soulor (Ferrières). De momento, mis objetivos son cortos: ahora sólo toca pensar con llegar a Ferrières, luego ya hablaremos de subir el Soulor, aunque la moral es alta y tengo claro que lo subiré sea como sea. Empiezo a vislumbrar que puedo ser capaz de acabar La Ronde pues parece que hemos conseguido darle la vuelta al cuerpo.

 

La salida de Soumoulou es fácil, cuesta abajo. Los primeros kilómetros se hacen a buen ritmo, salvo por la travesía de algún pueblo y, por supuesto, por las obras que sigo encontrando en la carretera. Por alguna “Route barré” ya me volvió a meter el garmin. 

 

Poco a poco se va rodeando la montaña y conseguimos encontrar el cruce que envía hacia “Col du Soulor par Ferriéres”. Aquí la carretera va remontando el río y poco a poco vamos cogiendo altura. De los 300 metros que estamos por esta zona hay que llegar a pasar los 1.400 en el alto del puerto. Tras alguna rampa interesante, llegó a Ferrières, donde ya conozco una fuente y tengo pensado parar a coger agua. Y así lo hago: paro en la fuente, como un gel, le envío un wassap a Marián para decirle que estoy al pie del Soulor… y dejo el teléfono en el banco en el que estoy sentado. Reemprendo la marcha… y el teléfono sigue en el banco. El problema es que de eso me doy cuenta 7 kilómetros mías arriba.

 

Ya estoy decidido a pasar el puerto como sea. He llegado hasta aquí y no me voy a retirar ahora. El primer kilometro es una prueba de fuego. Las primeras rampas están siempre por encima del 10 por 100. Aunque el pedaleo es cansino, voy avanzando y comiéndole metros a los 12 kilómetros del Soulor. Como ya es habitual en Francia, están puestos los puntos kilómétricos anunciándote la distancia que tienes a la cima, la altitud a la que estás y la media de desnivel que tienes en el siguiente kilómetro. Alrededor del kilómetro 5 encuentro una autocaravana aparcada fuera de la carretera, en una paellera a derechas. Me fijo que tienen un cartel… y llego a leer “Control Secret”. Resulta que era Maurice para ponernos un sello más en el carnet. Aprovecho a sentarme un poco con ellos, charlar y descansar y nos ofrecen un zumo (que se agradece mucho). Este control supone un pequeño oasis en la remontada del puerto. Aunque el Soulor es bastante más duro que Navacerrada, paso muchas menos penurias subiéndolo de las que pasé el año pasado en la Asturica Augusta. Los kilómetros oscilan siempre entre el 8 y el 10 por 100, pero gracias al piñón de 32, sigo ascendiendo con relativa facilidad. Los dos últimos kilómetros son bastante más fáciles, pues están entre el 7 y el 8 por 100. 

 

            Es antes de coronar (faltarían unos 4 kilómetros) que me doy cuenta de que me falta el móvil: ¡claro, lo he dejado en el banco junto a la fuente de Ferrières! Bajar a por el móvil no es una opción. El móvil me preocupa poco, los 40€ que llevo en la cartera tampoco es grave. Lo que más me importa en ese momento es cómo voy a poder demostrar que he pasado el col d’Aubisque si no consigo hacerme una foto. Afortunadamente hay otros ciclistas que suben conmigo y, en concreto, un sueco y un francés (de Monpazier, aunque trabaja en Paris). Los dos me prestan sus móviles para llamar a Marián, pero desgraciadamente en ese recóndito lugar no hay cobertura y es imposible realizar llamadas, salvo que sea mediante Txalaparta. 

 

Y es que, claro, una vez solucionado el tema de la foto (mis compañeros de subida se ofrecieron a hacerme la foto y enviármela por wassap), me di cuenta de la que podía liar: Marián iba a ver que llevaba 3 ó 4 horas sentado en Ferrières e iba a pensar (con toda lógica) que algo me pasaba porque no me movía. Y ya sabemos cómo se las gasta el equipo de apoyo: era evidente que iba a coger la A70 y se iba a meter por esa carretera para llegar a Ferrières, donde no tengo nada claro que se pueda dar media vuelta.

 

Ante la imposibilidad de contactar con el equipo de apoyo, no quedaba otra que seguir para adelante. Todo el grupo coronamos el Col du Soulor con gran alegría por nuestra parte. Aunque nos había caído alguna chispita de agua, la carretera estaba totalmente seca, pero no se veía nada claro hacia el Circo de Litor y hacia el Col d’Aubisque. Así que me pongo el chubasquero para emprender la corta bajada y la travesía del circo, esperando que no nos mojemos. Vanas fueron las esperanzas, porque en cuanto nos internamos en el Circo de Litor, nos envolvió la niebla con una lluvia meona que nos iba empapando, a la vez que dejaba la carretera totalmente mojada.

 

Mi amigo Héctor ya me había dicho que por esa vertiente el Col d’Aubisque era un “mero trámite”. Y efectivamente así lo parecía: los dos o tres primeros kilómetros la pendiente oscila entre el 3 y el 5 por 100 (nada que parezca difícil), pero a partir de ahí los kilómetros están siempre, de media, por encima del 7 por 100. ¿Y qué significa eso? Pues que sí ves que en el Garmin la pendiente marca el 4 por 100… ya te puedes atar los machos porque te vas a encontrar con un rampón al 14 por 100. Y cuando llevas 630 kilómetros en las patas eso hace mucho daño, pero que mucho daño. Pero si hemos llegado hasta aquí, las propias endorfinas dan la energía suficiente para superar esos rampones y coronar el puerto. Al llegar arriba la niebla nos envuelve, uno de mis compañeros me indica dónde está el cartel del puerto porque no se ve. No veo ni siquiera las bicicletas gigantes que sé que están en el alto del puerto. 

 


El francés de Monpazier me hace la foto de la cima para mi carnet de ruta y se compromete a enviármela por wassap (ya nos daremos los teléfonos en Béost). Como no es cuestión de pasar más tiempo del debido entre la niebla y la lluvia, decidimos iniciar la bajada, que se anuncia delicada, pues la carretera está empapada. Dejamos arriba la niebla al llegar a Gourette y aunque la carretera sigue mojada, es menos incómodo bajar. Poco a poco dejamos el agua atrás e incluso antes de Laruns podemos disfrutar de algo de carretera seca para terminar la bajada, aunque el cuerpo está bastante helado como para tirarse a tumba abierta. Justo después de pasar Laruns, encuentro Béost, donde está el control. 

 

Y en el sellado estoy con Jean Louis. “J’ai un problème”, le digo a modo de saludo; “je n’ai plus de téléphone”, le explico. “Ne t’inquiètes pas, ton téléphone va arriver tout de suite”. ¡Toma ya! Resulta que otro ciclista ve un teléfono en Ferriéres y ve que es de un español, llama a Patrick y éste a Jean Louis y le dicen que lo coja pues debe ser de un participante español de La Ronde. Así que mi teléfono viene subiendo el Soulor detrás de mí. Jean Louis me deja su teléfono para llamar a Marián y preguntarle dónde está, pues me temo que haya ido a asistirme al verme horas parado en la fuente. Marián está en Béost, aparcada, Mirando tranquilamente cómo subo el Col d’Aubisque. Se sorprende cuando le llamo: “¿cómo que estás en Béost, pero si te estoy viendo arriba del puerto?”. Cuando le explico lo pasado, aparece en el control rauda a buscarme. Jean Louis queda en llamarnos cuando baje mi teléfono.

 

Jean Louis me dice que no me preocupe por la foto, que ya se arreglará. Además otros participantes que estaban conmigo en el control atestiguan que también estábamos juntos en el Col d’Aubisque.

 

Al llegar a la autocaravana me tengo que arrancar la ropa, pues estoy totalmente empapado, incluso las zapatillas. La ducha caliente me entona y cenar también. Empiezo a estar eufórico porque por primera vez vislumbro que La Ronde se puede terminar. Decido descansar unas horas y salir para las 5:00 para avanzar todo lo posible, quitándome el País Vasco y adentrándome en Las Landas. La idea es hacer alrededor de 400 kilómetros ese día y dejarme sólo 200 para la última jornada. 

 

Justo cuando salgo, lo hacen también los tres italianos y decido ir con ellos, pero me retraso un poco porque tengo que cambiar el track del GPS. De todas formas, cuando ya empiezo a pedalear, los tengo a unos 100 ó 200 metros por delante. Siento que vuelvo a tener piernas y a poder apretar para dar caza a los italianos y rodar hasta Sauveterre du Béarn en grupo. Les alcanzo y formamos un grupo de unos 8 ciclistas y rodamos a muy buena velocidad, pues el terreno ayuda al ser favorable. En muy poco tiempo llegamos a Sauveterre du Béarn (pk 726) donde pongo un sello más al carnet de ruta. Al entregar el carnet y decirle el número del dorsal, me dice el responsable del control, “ah, l’espagnol! J’ai un numéro de téléphone pour vous”. Y me da un papel con un número de teléfono y una palabra: “photo”. Era el mensaje del ciclista de Monpazier para mandarme la foto del Aubisque. Así que me guardo el número para dárselo a Marián y que gestione el envío de la foto.

 

A partir de aquí tengo claro que hay que seguir el ritmo propio, pues el terreno hasta Saint Jean de Luz es un auténtico rompepiernas. Ya conocemos estas carreteras, llenas de pequeñas cotas que se van acumulando en las piernas. Al llegar a Sauveterre llegamos a oír un trueno, pero a nosotros no nos cayó ninguna gota, sin embargo, Marián me cuenta por wassap que por allí estaba cayendo la del pulpo. 

 

Pero nosotros tampoco nos íbamos a librar de mojarnos. Antes de llegar a Cambo la lluvia hace acto de presencia y nos moja a nosotros y, lógicamente, a la carretera, lo que hace más delicadas las bajadas. 

 

Las cotas de esta parte de Francia son “assez raides” con porcentajes en muchos casos del 8 y del 9 por 100. Vamos pedaleando un grupo de unos 6 ciclistas subiendo cada uno a su ritmo. Pasamos pueblos bien conocidos, como Cambo, Saint Pée sur Nivelle, Espelette, Suraide o Hasparren. En Hasparren me paro en una farmacia a comprar ibuprofeno (que me sienta de maravilla) y unos parches anti-ampollas (que no consigo ponerme por la humedad de las manos).

 

Por fin, sobre las 12:30 consigo llegar a Saint Jean de Luz (pk 809), aunque pierdo bastante tiempo porque no consigo encontrar el control, y cuando encuentro el recorrido (gracias a que telefoneo a Serge), me paso de largo y no lo veo. Al alcanzar a otro ciclista le pregunto por el control y me dice que está unos kilómetros antes. Así que por mi despiste, tuve que hacer unos 10 kms de más.

 

En el control están Serge y Michel, que me acogen estupendamente. Me como, con la compañía de Serge, un plato de pasta con salchichas. Con las fuerzas renovadas y con la alegría de que prácticamente he acabado con el desnivel, voy avanzando, pasando las últimas cotas. Veo pueblos conocidos, como Ustaritz y Villefranque, que sé que están muy cerca de Bayonne. Y finalmente caigo en la carretera del Adour, pedaleando por su margen izquierda a la búsqueda del puente de Urt, donde me voy a encontrar con Karlos.

 

Un rato antes de llegar a Urt y rodando a muy buen ritmo, veo un ciclista parado en el lado izquierdo de la carretera, era Karlos que había llegado hasta allí a mi encuentro. A partir de ahí rodamos juntos. Como es habitual en casa, lo hacemos en paralelo, pero el enfado de los conductores franceses hace que le pida ir en fila india. Me dice Karlos que me quedan tres repechos antes de llegar a Biarrote. Me explica cómo son cada uno de los repechos antes de subirlos y en las bajadas conseguimos la mayor velocidad que podemos para aprovechar la inercia. Enseguida llega el cartel de Biarrote (pk 871) y hago la correspondiente foto para el carnet de ruta, pues éste es un control sin asistencia. 

 

Llegamos a la autocaravana y me tomo un café con galletas, relleno bidones, me cambio de zapatillas (había rodado todo el día con las Luck y estaban totalmente mojadas), de calcetines y sigo ruta hacia Mimizan. Unos kilómetros más tarde, Karlos tiene que dejarme, porque es el primer día que cogía la bici después de su caída, así que aprovechamos el bar de un camping para tomar una cerveza, pasar unos minutos juntos y despedirnos.

 

Ya tengo delante de mí las Landas infinitas para rodar y rodar y tratar de no desanimarme. En un momento dado alcanzo a los italianos, que rodaban con un francés y hacemos y un grupo de 5 rodando permanentemente por encima de 28 kms/h a pesar del viento de cara. A unos 20 kilómetros de Mimizan abandono este grupo porque tengo que rellenar los bidones. Los últimos kilómetros antes de Mimizan se hacen pesados por el viento de cara. Llego a Mimizan (pk 959) y, según parece, Rubén me grita y yo ni lo oigo. ¿Será que iba muy tostado?

 

Sello en el control y voy a la autocaravana, aparcada en el parking que estaba al lado. Aprovecho para cenar, descansar un poco y dejar pasar algo de tiempo para el que viento amaine algo, porque si no, el camino a Le Muret se iba a hacer muy pesado. 

 

De Mimizan salgo ya con focos, pues va anocheciendo y la llegada a Le Muret se prevé que sea con noche cerrada.

 

De Mimizan salimos dirección Biscarrosse, por la carretera de la costa, la turística, pero en un momento dado el track nos manda hacia el interior y nos dirigimos hacia Labouheyre. Las carreteras se estropean y rodamos, bueno, ruedo, porque voy solo, por carreteras rectas rodeadas de pinos. Algo que tiene de bueno esta zona es que los atardeceres son absolutamente espectaculares. Se ve el rojo y el naranja del cielo, una vez metido el sol, durante muchísimo tiempo. Es lo bueno de estar rodando por un paraje tal llano. 

 


Cuando el asfalto es bueno, consigo rodar a unos 28 kms/h, pero cuando cojo carreteras en mal estado (y en las Landas de eso abunda) no consigo pasar de 23-24 kms/h. De todas formas, sigo avanzando y limando kilómetros a la Reine Aliénor. Ya hace rato que veo cuatro cifras en el cuenta kilómetros. En estas carreteras interminables de vez en cuando pasa un coche; al rato sigues viendo la luz roja al fondo y te preguntas si sigue siendo de ese coche que ha pasado hace ya un tiempo o es una bici. En esas disquisiciones se pasa a veces el tiempo encima de la bici.

 

Un poco más adelante del pk 1.000 encuentro el control de Le Muret (pk 1.005). Pero unos 5 kms antes bajo la vista para mirar el Garmin (tampoco sé qué información nueva me va a dar, pero lo cierto es que aparto unos segundos la vista de la carretera). Al levantarla nuevamente cuál es mi sorpresa que veo un cervatillo cruzar la carretera, dos o tres metros por delante de mí, sin inmutarse lo más mínimo.

 

Y ya, repuesto de la sorpresa, cruzo el cartel de Le Muret. A pesar de ser medianoche, supongo que encontraré a alguien en el control. Me esperaba una segunda sorpresa: veo dos ciclistas y les pregunto si todo iba bien, me responden que sí y me preguntan si había hecho foto al cartel. ¡Vaya! No me he enterado de que este control no estaba gestionado, sino que era libre. Así que media vuelta, y al cartel. Hago la correspondiente foto y vuelvo al pueblo… o lo que se hace llamar pueblo, porque deben ser cuatro casas desperdigadas. En esas estoy cuando veo una luz verde que está en el borde de la carretera: ¿será Marián? Pues parece que sí, que es ella. Me paro y me pregunta si no le había visto al principio; le digo que no, porque me había parado con otros dos ciclistas y resulta que tenía que hacer foto.

 

Nos dirigimos a la autocaravana, tomo un vaso de leche con galletas, me ducho y vamos a la cama. Decidimos tomárnoslo con un poco más de calma, pues tenemos 200 kms para hacer y hasta las 23 horas para llegar a Saint Médard. Así que ponemos hora de levantar a las 5:00 horas y de salida a las 6:00, con las primeras luces del día.

 

Y llega la hora prevista, nos levantamos, desayuno y a las 6:00, con puntualidad británica, ya estoy pedaleando. Me doy cuenta de que es 7 de julio, San Fermín. Y puesto que pronto es el encierro, comienzo a entonar el “a San Fermín pedimos…” y empiezo a emocionarme, pues me doy cuenta de que voy a conseguir terminar La Ronde Aliénor d’Aquitaine. Vamos, que estoy de un sensiblero que da asco. Intento acordarme de la letra de la jota de San Fermín, pero lo dejo, porque sí con el canto del encierro me he emocionado, como me ponga a cantar la jota (aunque sea mal), voy a empezar a berrear como un bebé.

 

Así que dejamos los cánticos para otra ocasión y nos concentramos en pedalear y avanzar. Y rodando a buen ritmo, con algún titubeo (por las entradas y salidas de los carriles bici), llego a Andernos les Bains, siguiente control (pk 1.057). En él me ofrecen un desayuno completo, pero tomo sólo un café y un zumo. Y reemprendo la marcha, porque tengo ganas de llegar a Hourtin para encontrarme con Marián y con Rubén.

 

En la salida hacía bastante frío y con el cuerpo ya apaleado, decido salir abrigado, con camiseta, maillot largo y guantes largos (que me quito pronto). Pero claro, la temperatura durante el día va subiendo y comienzo a rodar un poco cocido. La zona hacia Lacanau y la Routes des Phares se me hace eterna. Es más, en un momento dado me paro a mirar el mapa del Garmin porque me da la sensación de ir permanentemente hacia el Oeste sin llegar al Atlántico. El Garmin me deja sin palabras: resulta que estoy rodando hacia el Norte, teniendo el Atlańtico a la izquierda y uno de los famosos Bassin (le Lac d’Hourtin) a la derecha, y resulta que no veo ni uno ni otro; sólo veo pinos, pinos y más pinos.

 

Además el viento da de cara, por lo que el avance es aún más penoso. Por fin veo una mesa y dos personas sentadas, Simon y otro miembro de los RAA. Ya estoy por fin en el control (pk 1.121). Simon me recibe con una sonrisa, me pone el sello y me da agua y fuet. Me doy cuenta de que no he comido prácticamente nada en todo el día. Pero bueno, sigo queriendo avanzar. Aún con Simon, aparece Ruben con su Roubaix para buscarme y llevarme a la autocaravana. Allí aprovechó para quitarme ropa y ponerme más fresco. Desde allí llevaré la compañía de Rubén hasta meta. Lo cierto es que él va con piernas frescas y yo llevo ya el lastre de muchos kilómetros encima del sillín. Seguimos unos 7 kilómetros más hacia el norte y a continuación giramos hacia el este. Entonces el viento deja de pegarnos de cara y comienza a dar de lado. En Lesparre giramos ya hacia el sur y el viento ya pega de culo. Vamos avanzando a buen ritmo juntos, haciendo kilómetros por el Médoc. 

 

Llegamos por fin al último control, Cissac-Médoc (pk 1.160), donde nos invitan a sentarnos a la mesa y a traernos la comida que queramos. Rubén y yo pedimos merguez con patatas fritas. Y eso comemos, más a cada cocacola. Me hacia falta comer porque desde el desayuno no había comido prácticamente nada. En el control aparecen Juankar y Miguel, al que le dejamos una batería para arrancar el coche en Astorga. Estuvimos hablando un rato con ellos y ya decidimos salir al poco rato de un grupo de 4 franceses (uno de los integrantes era una chica de París con la que estuvimos hablando en la comida). 

 

Ya sólo nos quedaba atravesar la Route des Chateaux, que te maravilla mires a donde mires. Aunque alcanzamos al grupo de 4 franceses, les rebasamos y seguimos rodando a más de 25 kms/h. Pero tenemos que hacer una parda técnica y está grupetta nos vuelve a pasar. Les volvemos a alcanzar y ya decidimos quedarnos con ellos para entrar juntos en meta. Su ritmo es muy tranquilo, apenas si pasamos los 20-21 kms/h, pero ya queda muy poca distancia para pedalear. Poco a poco nos vamos acercando a nuestro destino y finalmente vemos el cartel de Saint Médard en Jalles. Hay obras en algunas de las calles (por la construcción del tranvía) y tenemos que desviarnos por callejones. El grupo le propone a Rubén ponerse delante para entrar primero en meta. Y eso hace: le va guiando otro ciclista en los cruces. Y finalmente llegamos al polideportivo, donde encontramos a Marián inmortalizando la llegada. 

 


Al darme cuenta de lo conseguido y del sufrimiento padecido para ello, me abrazo a Rubén y Marián y me pongo a llorar a moco tendido. 

 

Y el resto… pues saludos a unos y otros, alegría desbordante, comida, ducha y cambio de ropa. Después de muchas horas consigo quitarme el “disfraz” de ciclista y me visto de persona.

 


Y sólo nos quedan los agradecimimientos.

 

Gracias a Marián y Rubén por el trabajo realizado. Sin su apoyo no habría conseguido el objetivo. 

 

Merci aux Randonneurs Autonomes Aquitains pour le travail realisé, l’organisation impecable et l’interêt montré à chaque participant. La Ronde c’est un évenement sportif, mais aussi un rencontre humain où les gens partagent leurs espériences et où la solidarité est avant tout.

 

Merci aux benevols qui nous ont accueilli dans chaque control. Ils se preocupaient de resoudre tous nos problèmes, et toujours avec un sourire dans le visage.

 

Merci à Maurice Porte, Président des Randonneurs Autonomes Aquitains, pour avoir très bien coordiné toute la machine.

 

Merci a Serge Tendil pour le chaleureux accueil qu’il m’a fait à Saint Jean de Luz.

 

Gracias a Karlos Rodríguez Bakero, por la compañía que me ha brindado entre Bayonne y Urt. Esos kilómetros se hicieron mucho más llevaderos en tu compañía. 

 

Et merci à tous les participants dans La Ronde: ils ont fait cette randonnée encore plus grande. 

 

Antes de salir nos decían que La Ronde era más dura que la Paris-Brest. Yo creo que nadie nos lo  creíamos, pero es cierto: el recorrido ha resultado exigente, pero muy interesante. La variedad de terrenos por los que hemos pasado a lomos de nuestras bicicletas ha sido increíble. 

 

Y como ya he dicho, el trabajo realizado por los Randonneurs Autonomes Aquitaines ha sido impecable. Merci les gars.

 

Hasta la próxima.